¿Eres lo que tienes?… ¿tienes lo que eres?
Me atrevería a decir que vivimos una sociedad en la que Ser y Tener están confundidos entre sí.
Se invierte, de hecho, mucho dinero en campañas publicitarias para que identifiques lo que eres con aquello que quieren venderte.
Primero lanzan el mensaje de que lo que eres no es suficiente. Y que para lograr ser suficientemente: guapa, exitoso, amada, poderosa, rico, deseado, etc., debes tener aquello que te venden.
Lo que compres, va a complementar aquello (insuficiente) que eres.
No aquello insuficiente que tienes, sino lo que eres.
Así el mensaje tiene más impacto.
Y este tipo de mensaje tiene semejante efecto en una sociedad y en las personas que se sienten insuficientes con lo que son (y no son pocas).
Porque en lo que apenas se invierte dinero es en fomentar que las personas nos conozcamos y nos aceptemos como somos.
Sería la ruina para esta sociedad de consumo, que se alimenta de hacernos llenar con cosas los vacíos afectivos.
Aparentemente que la gente se conozca, se quiera a sí misma y esté satisfecha sale menos rentable.
Si no sabes quién eres vas a consumir para por lo menos identificarte con algo: con lo que tienes.
Si te sientes poca cosa vas a intentar “ser más” a través de tus pertenencias.
Para dar un imagen a otros y a ti mismo. Que en realidad nada tiene que ver con quién eres pero calma la angustia momentáneamente.
Lo cierto es que en general estamos acostumbrados a mirar más hacia afuera que hacia adentro. Y así es difícil conocerse y valorarse.
La cuestión es que la construcción de quien eres se hace de adentro a afuera y no al revés.
Y por eso vale la pena parar y echar una mirada dentro para descubrir y construir la identidad.
¿Quién soy yo?:
– ¿mis pertenencias?
– ¿mis logros académicos o laborales?
– ¿mi status social?
-¿la cuantía de mi nómina?
– ¿la marca de mi coche?
– ¿las expectativas de mis padres?
– ¿el valor de mi pareja?
Somos seres complejos y definir nuestra identidad no es tan sencillo. Aunque quizás sea más fácil definir lo que no somos.
Y no somos lo que tenemos.
J. L. Moreno teorizó que la identidad estaba conformada por el conjunto de roles que una persona desempeñaba en su vida.
No es la identidad la que crea los roles, sino que son los roles los que crean la identidad. Y a medida que los roles cambian, la identidad también lo hace.
Por eso es interesante preguntarse con qué roles actuales uno está funcionando y si están ajustados al momento vital o no. Si no es así y algunos roles entorpecen más de lo que ayudan, conviene pararse y hacer cambios hacia otros que sean más funcionales.
Es decir, que aquello que somos puede estar en constante construcción y creación. Es algo dinámico, no estático.
Y esa creación está en manos de cada uno.
Ser es algo creativo y tenemos la oportunidad de hacerlo cada día: podemos conocernos, saber cuál es nuestra forma de pensar y sentir, saber lo que nos hace daño y lo que nos agrada, entender cuando aprendí una determinada forma de comportarme, tomar conciencia de a qué forma de ser me gustaría acercarme, decidir cómo posicionarme ante un acontecimiento, etc.
Es cierto que nuestras vivencias anteriores determinan y condicionan nuestro presente y nuestro sentido de identidad, pero siempre hay un margen para decidir.
Ante un determinado hecho hay muchas posibles formas de afrontamiento. Y podemos elegir cómo afrontar y cómo ser.
Se ha relacionado la creatividad y la espontaneidad con la salud tanto emocional como física.
Cuanto más desarrollada y activada tengamos la creatividad, mejor podremos adaptarnos a las diferentes situaciones. De la misma manera que cuantos más roles seamos capaces de crear y desempeñar, tendremos una mejor salud relacional y emocional.
Por tanto, ¡seamos creativos! ¡Permitámonos ser, crearnos y construirnos a nosotros mismos cada día!
Sin reducirnos a identificarnos con ser lo que tenemos.
Porque somos mucho más.
Y el límite de quién eres,
sólo lo pones tú.